Lena tomó a la zorrita con dulzura, acunándola entre sus brazos como si no estuviera jadeando por dentro, como si su cuerpo no ardiera por el contacto recién interrumpido. La colocó a un lado de la cama, sobre una pequeña manta que solía usar, y Sombra se acomodó tranquila, rodando sobre sí misma como si nada importante acabara de suceder.
Pero algo había cambiado.
En el aire flotaba un deseo que ya no podía disfrazarse de inocencia.
Cuando Lena volvió la vista hacia Kerem, él ya estaba esperándola. No la veía, pero la sentía. Cada movimiento, cada respiro contenido, el leve crujir del colchón cuando ella se removió sobre su cuerpo y se acercó de nuevo a sus labios.
Y entonces, él la besó. Una vez más. Con ese instinto salvaje que parecía nacer en sus entrañas y controlarlo todo.
Su boca atrapó la de ella con firmeza, y al mismo tiempo, con esa reverencia que sólo nace del verdadero anhelo. Mordiéndole con suavidad el labio inferior, tirando de él, como si intentara obligarla a quedar