La puerta de su habitación se cerró con un golpe suave detrás de él.
Kerem se quedó inmóvil unos segundos en la oscuridad. La misma que lo habitaba desde hacía años. Esa que le incomodaba más que nunca, que a pesar de vivir con ella jamás aceptaría como su mundo, su refugio… porque para él era su prisión.
Ese día más que nunca había odiado su ceguera. Porque deseaba saber como era ella. Quería saber con exactitud como era su piel, como se veía su cabello, como eran esos ojos que Oliver describió como hermosos, ver sus labios carnosos y por supuesto, incluso saber de qué color eran sus pezones. Rosados, o color durazno.
Su cuerpo hervía. Su respiración seguía agitada. Su entrepierna palpitaba con violencia. No había olvidado el calor de la piel de Lena, ni el sabor de su boca ni el temblor contenido de su cuerpo cuando la había tocado. No la había hecho suya… pero había estado a segundos de hacerlo. Y eso lo torturaba.
Se quitó la camisa con torpeza, como si la tela le quemara. Luego l