Habían pasado ya varios días desde que Kerem dejó claro frente a toda la mansión que Lena era su novia. Días en los que nadie se atrevía a contradecirlo. Ni siquiera Odelia, aunque su mirada cada vez que Lena pasaba a su lado era una cuchilla filosa deseando clavarse en su garganta.

Algunos empleados murmuraban entre sí, otros apenas disimulaban su incomodidad. Pero Branwen y el mayordomo Harold se mostraban siempre amables, incluso protectores.

Durante ese tiempo, Lena descubrió cosas nuevas. Cosas que jamás había sentido. Cada roce de Kerem, cada encuentro furtivo que compartían a solas, la hundía más en ese deseo oscuro del que ya no podía escapar.

Lena era una joven inocente, por supuesto que lo era. Pero ya no era ingenua, y cada vez comprendía más lo mucho que ella podía despertar en Kerem y entendía lo que Kerem podía hacerle sentir a ella.

Durante esos días, Kerem había evitado llegar al límite si es que existía uno. Se había contenido de llegar más lejos, porque pese a su