Las luces de Londres quedaban atrás mientras Oliver conducía en silencio, con una mano firme en el volante y la otra descansando sobre su muslo. Jennie, sentada a su lado, jugaba con el borde de su falda, los lentes deslizándose levemente por la nariz. La ciudad vibraba de noche, pero dentro del coche todo era distinto: la tensión entre ellos parecía llenar cada rincón.
Así había sido en las últimas salidas, quizá para Oliver así fue desde el principio, pero como el caballero que era, se limitaba a esbozar una sonrisa y seguir.
Sin embargo, mucho antes de llegar al campus, Oliver giró hacia un costado de la carretera arbolada y detuvo el auto. El motor siguió encendido, zumbando suavemente, y Jennie lo miró confundida.
—¿Por qué paramos? —preguntó con voz baja.
Oliver no respondió. En cambio, se inclinó hacia ella y atrapó sus labios con desesperación. El beso fue intenso, húmedo, profundo; su lengua invadió la boca de Jennie sin aviso, y ella gimió suavemente contra su boca. Ese