La vida de Kerem en Suiza no fue fácil. Desde el primer día, la sensación de estar atrapado en un abismo sin salida lo acompañó como una sombra. No era solo el frío del país extranjero, ni el silencio de la casa en la que vivía, sino la certeza de que se había arrancado a sí mismo de lo único que le daba sentido: Lena y Lucia.
Cada mes tenía su propio peso. Cada mes traía consigo una rutina que parecía no tener fin, pero también un pequeño ritual personal que se convirtió en lo único que lo sostenía: escribir en braile una carta para Lena. Una carta que no enviaba. La guardaba siempre en el mismo cajón de madera, acumulando aquellas palabras que ella jamás escucharía, como si fueran confesiones enterradas en un lugar al que solo él podía acceder. Sabía que en el momento en que levantara el teléfono y la llamara, todo se vendría abajo. Porque Lena correría hacia él, y Kerem no estaba dispuesto a arrastrarla a un infierno de incertidumbre.
Después de dos meses de exámenes previos. Él