—No te muevas —le dijo Lena a Lucia mientras intentaba terminar de peinar su cabello oscuro.
Pero la niña estaba tan entretenida jugando con Sombra, que se le escapaba una risa cada vez que la zorrita movía la cola esponjosa y trataba de alcanzarle los zapatos. Le era imposible quedarse quieta.
Lena sonrió. Esa risa, esa chispa en la niña, era lo que más le gustaba ver. Había días en que la seriedad pesaba demasiado en esa casa, y encontrarle una sonrisa a Lucia se sentía como un regalo. Terminó como pudo, ajustando el lazo blanco al final de la trenza.
—Ya está —susurró con un pequeño orgullo.
Lucia corrió al instante, con pasos rápidos que resonaban por el pasillo, y Lena soltó un suspiro. Sabía bien que ese peinado no duraría mucho tiempo, probablemente volvería deshecho antes del mediodía, pero no importaba. Lo que contaba era el momento, esa imagen de la niña corriendo feliz.
Salió al jardín con la regadera en mano. El sábado estaba tranquilo, el cielo claro y el aire fresco. Se