Lena aún sentía el calor de la piel de Kerem en su cuerpo cuando al fin se pudo terminar de colocar el camisón de dormir y con pasos lentos y dolorosos fue a su habitación mientras que él se estaba duchando.
Una vez ahí Lena se apresuró a acomodar su cabello, pero no fue lo suficientemente veloz para colocarse ropa más apropiada cuando Branwen llamó a su puerta. Cuando Lena abrió la puerta, vio a la ama de llaves con una pequeña charola que contenía un vaso con agua y una pastilla en el pequeño plato.
—Tómala —dijo con naturalidad, sin un ápice de juicio en la voz—. Es la píldora de emergencia —agregó la ama de llaves con una ligera sonrisa.
Lena se quedó helada, con el vaso entre las manos. Sus ojos se abrieron con sorpresa y el calor subió por su cuello hasta las orejas al comprender que Branwen sabía perfectamente lo ocurrido en la habitación de Kerem.
—Yo… Branwen… —intentó explicarse, pero la mujer negó suavemente.
—No tienes que justificar nada, mi niña —interrumpió con dulzura—