Lena apretó con fuerza sus manos en los brazos de Kerem cuando sintió cómo él comenzaba a hundirse dentro de ella. El aire se le escapó en un suspiro roto, y por un momento todo lo ocurrido esa noche quedó relegado a un rincón lejano de su memoria: las lágrimas, el dolor, los insultos de Celeste Lancaster, pero no aquel escozor que aún quedaba en su intimidad tras el primer encuentro. Aunque en ese momento, ningún dolor era más importante, o al menos eso demostraba la manera en que su cuerpo cedía, cuando su pene duro se hundía centímetro a centímetro, dentro de ella.
Su centro se expandía lentamente, como si tuviera que moldearse para recibirlo, el miembro de Kerem era demasiado grueso y grande y con cada avance, un calor líquido se extendía en su interior. El peso de su cuerpo la mantenía aferrada a la cama, su respiración llegaba mezclada con la de él, y la ceguera de Kerem parecía agudizar el resto de sus sentidos: la escuchaba, la sentía, la olía… y cada respuesta de Lena era un e