Kerem no detuvo sus embestidas, pero inclinó el rostro hacia ella, como si quisiera buscar algo más que su respiración agitada. Sus labios rozaron la comisura de su boca, y en un murmullo grave, preguntó:
—¿Quieres que me detenga?
Lena, con las manos aun aferradas a su cuello negó lentamente, apretándose a él como si temiera que al soltarlo todo se desvaneciera. No había palabras, solo la presión de sus manos, la apertura voluntaria de sus piernas y la rendición silenciosa.
Kerem entendió la respuesta sin necesitar verla. Continuó, cada movimiento cargado de un ritmo más intenso, como si quisiera prolongar ese momento hasta que el mundo dejara de existir. Los minutos se dilataron en una sucesión de jadeos, besos interrumpidos y roces de piel ardiente. El aire de la habitación se volvió espeso, saturado del olor de ambos, y el latido de Lena se confundía con el de él.
Ella llegó de nuevo, fue un tercer orgasmo que la tomó por sorpresa, con un estremecimiento que le recorrió desde el vie