Mientras Kerem decía a los empleados que su madre ya no era bienvenida en su casa, y que despediría a cualquiera que la dejara entrar sin su permiso, Odelia comenzaba a recuperar la consciencia. Sus párpados temblaban, la mente todavía le daba vueltas y un dolor punzante se extendía en su muslo y en uno de sus brazos, recuerdo vivo de las diminutas pero feroces mordidas de los ratones de Lena. Intentó moverse, pero un quejido bajo escapó de su garganta.
El aire en la mansión era tenso, pesado, como si cada pared hubiera absorbido la ira de Kerem minutos antes. Odelia parpadeó varias veces, incorporándose lentamente en una de las sillas del salón principal, intentando orientarse. El murmullo lejano de pasos y órdenes rápidas de Branwen y Harold llegaba hasta ella, pero lo que realmente la arrancó de su aturdimiento fue la voz de Kerem entrando con la fuerza de una tormenta.
—¿Dónde está Odelia? —bramó, su voz grave retumbando en las paredes, helando el aire.
Branwen, que estaba a pocos