Cuando llegaron a la habitación de Lena, la puerta estaba entreabierta.
Ella se detuvo un instante en el marco, frunciendo el ceño. Sombra, inquieta en sus brazos, giraba las orejas hacia los sonidos del pasillo, como si también sintiera que algo no estaba bien. Kerem, detrás de ella, inclinó ligeramente la cabeza.
—¿Está abierta? —preguntó con voz grave, conociendo la respuesta.
—Sí… —murmuró Lena. Sin poder evitar la molestia que e causaba que hubiesen irrumpido en su espacio. Quería soltar unas lagrimas por el enojo, pero se contuvo.
Empujó con suavidad la puerta, revelando el que consideraba su santuario. La luz suave de la luna se filtraba por la ventana, iluminando un escenario que hablaba de intrusión. Había un par de cajones abiertos, ropa que colgaba desordenada del respaldo de la silla, y su pequeña colección de libros estaba ligeramente desordenada. No parecía que Odelia hubiera destrozado nada, pero la huella de sus manos invasoras estaba en todas partes.
Lena caminó hacia