La mesa estaba servida. El comedor de la mansión Lancaster estaba iluminado con aquella lámpara de araña que colgaba de forma elegante sobre la mesa, el vino respiraba en las copas, y los platos humeaban, esperando a que alguien diera el primer movimiento. Lena había esperado lo suficiente, con los codos apoyados en la mesa y la mirada fija en la puerta. A su lado, Lucia jugaba con el tenedor, trazando figuras invisibles sobre el mantel. Ambas esperaban a Oliver, quien solía comer con ellas desde la partida de Kerem, pero aún no llegaba.
Finalmente, Oliver apareció. Llevaba el saco abierto, el gesto cansado, aunque en sus ojos había ese brillo que lo delataba siempre que intentaba excusarse.
—Perdón por la demora —dijo, acercándose y tomando asiento con un suspiro aliviado—. Estaba en la oficina. Algunos asuntos de la empresa no podían esperar.
Alargó la mano, tomó la copa de vino y la llevó a los labios mientras se acomodaba en la silla frente a Lena, ya que, el lugar principal, ese