La vendimia había concluido. Los presentes habían disfrutado del vino, de la comida y, más que nada, de la compañía. El bullicio se fue apagando poco a poco hasta que la noche se asentó sobre la casa y el viñedo. Las risas se disiparon, los brindis cesaron y el aire quedó impregnado del aroma del mosto recién hecho, aquel que se auguraba sería el mejor vino de esa cosecha.
Dentro de la mansión, Lena ayudó a Branwen a dejar todo en orden antes de subir a acostar a Lucia. La niña cayó rendida apenas rozó la almohada, con una sonrisa en los labios, aún soñando con las uvas que había pisado entre carcajadas. Oliver se marchó poco después, despidiéndose con la serenidad de quien sabía que había sido un día importante.
El silencio reinó en los pasillos cuando Lena volvió a la habitación. Kerem la esperaba. Recargado en la orilla de la tina de mármol, el agua tibia ya estaba preparada, y el vapor perfumado con hierbas llenaba el ambiente. La ayudó a despojarse del vestido manchado de jugo,