La noche había caído sobre el viñedo, con el murmullo apagado del viento meciéndose entre las parras. El aire olía a tierra húmeda y a uva madura. Dentro de la casa, Branwen apareció en la puerta del pasillo para avisar que la cena estaba lista. Lena había terminado de ayudar a Lucia a ducharse; la pequeña llevaba puesta una pijama blanca con estampado de flores pequeñas, sus cabellos oscuros todavía estaban húmedos pegados a su frente. Lena le acomodó la tela, le dio un beso en la cabeza y juntas bajaron al comedor.
Kerem ya las esperaba. Sentado al extremo de la mesa, con esa seriedad habitual que rara vez dejaba escapar un gesto, parecía el mismo de siempre. Pero Lena lo miró y supo que no lo era. Había algo distinto en la rigidez de sus hombros, en el modo en que sus manos se tensaban sobre la mesa.
—¿Pasa algo? —preguntó ella, con la voz suave, intentando leerlo.
Kerem giró el rostro hacia donde estaba ella. No dijo nada. Solo extendió la mano en su dirección, tanteando hasta e