Lena sintió la mano de Kerem apretarse en su cintura mientras la arrinconaba contra el muro junto a la ventana.
La pared fría a su espalda contrastaba con el calor que irradiaba él. Su cuerpo alto y sólido la envolvía como una sombra inmensa, como un peligro inevitable. La mano que la sostenía no era temblorosa ni dudosa, sino firme, como si la hubiese capturado. Como si ya no tuviese escapatoria.
Él inclinó su cabeza hasta que sus labios quedaron a apenas un suspiro de los suyos. Lena sintió el aliento cálido de Kerem rozarle la boca y el temblor le recorrió la columna. El pulso le golpeaba con violencia el pecho, las muñecas y la garganta. Quizá estaba asustada. O quizá no. Había algo más vibrando dentro de ella, algo inexplicable que se desató desde que lo vio en la ducha hace unos minutos, desnudo, con las gotas resbalándole por el torso marcado y esa maldita piel que parecía esculpida a mano. La imagen había quedado grabada con fuego en su memoria.
Pronto sus mejillas se torna