Mientras Mar se hundía en su purgatorio blanco, en las sierras, la guerra de Elio se había estancado. La campaña de desinformación de Florencio y Platina había sido un éxito devastador. Su manada estaba fracturada, consumida por la paranoia y las luchas internas. Había pasado las últimas semanas purgando a los traidores, reales e imaginarios, reafirmando su autoridad con una brutalidad que había dejado a sus propias filas diezmadas y aterrorizadas.

Estaba solo en su cueva, más rey de un cementerio que de un imperio. La victoria sobre Blandini, la humillación del político, no le sabía a nada. Su verdadera enemiga, la que lo había derrotado y perdonado, estaba en silencio. Y su nueva y prometedora arma, la chica del agua, se había desvanecido.

Había intentado contactarla en sueños, pero su mente era un muro de estática, de químicos. Estaba… apagada. Blandini la había escondido demasiado bien.

Y eso lo enfurecía.

Mar no era solo una herramienta para él. Era un símbolo. La única criatu