La noticia llegó a través de Giménez, su voz una mezcla de incredulidad y admiración. La guerra civil entre los clanes luisones había estallado. El cuerpo del Beta asesinado y la nota falsa habían sido la chispa en un polvorín de viejas rivalidades y paranoia. Elio, el gran unificador, se veía ahora forzado a desviar toda su atención hacia su propio patio trasero, sofocando rebeliones, cazando a supuestos traidores. Su purga se había vuelto contra él. Por primera vez en meses, la amenaza directa de Elio y Mar sobre ellos se había disipado, reemplazada por el eco lejano de una guerra interna que ellos mismos habían orquestado.
La victoria trajo a la Estancia Lombardi una extraña y tensa calma. El cuarto de guerra en el estudio de Leonardo se silenció. Los mapas fueron guardados. Las llamadas encriptadas cesaron. Y en ese vacío, en esa ausencia de un enemigo comú