244. La Pieza que no Encaja
La mañana siguiente a la confesión de la biblioteca y a su pacto de respeto, el aire en la estancia era diferente. La tensión íntima y dolorosa entre Florencio y Platina se había disipado, reemplazada por una energía de enfoque y propósito compartido. Ya no había fantasmas personales entre ellos, solo los fantasmas colectivos de la familia Lombardi, a los que ahora se dedicaban a cazar juntos. Habían aceptado el pasado y, al hacerlo, se habían anclado firmemente en la brutalidad del presente. La guerra era su única realidad, y ahora la enfrentaban como iguales.
Se reunieron en el estudio, pero esta vez, la atmósfera no era de duelo. Era la de un consejo de guerra. El estudio se había convertido en su santuario y su cuartel general, un lugar donde el único calor provenía del café recién hecho y de la combustión de dos mentes brillantes trabajando al unísono.
—Blandini está sangrando, pero no está muerto —dijo Platina, sus dedos deslizándose por la pantalla táctil de una tablet, mostran