El bosque, que segundos antes había sido el escenario de una persecución mortal, se convirtió en un nido íntimo y silencioso. La única luz era la de la luna rota, filtrándose a través de las hojas, pintando patrones de plata y sombra sobre la piel desnuda de ambos. Mar yacía en el suelo, el barro frío pegado a su espalda, su mente era un remolino de terror y una fascinación que la paralizaba. Y sobre ella, Elio, arrodillado, no como un agresor, sino como un dios oscuro revelándose a su primera creyente.
—¿Asustada, pequeña hiena? —susurró él, su voz fue un ronroneo que vibraba en el aire.Ella solo pudo asentir, incapaz de articular palabra.—Bien. El miedo es un buen comienzo. Es honesto. Es real —sonrió, y en la penumbra, sus dientes parecían demasiado blancos, demasiado afilados—. Selene te enseñaría a re