El símbolo del sol con el ojo en el centro se quedó grabado en la pantalla de la laptop, una marca de ganado a fuego sobre su precaria sensación de seguridad. Ya no luchaban contra un Alfa solitario y su jauría. Luchaban contra una organización. Una con recursos, con agentes humanos, capaz de moverse en su mundo con una facilidad que los aterrorizaba.
La atmósfera en la casa de Punta Mogotes cambió instantáneamente. La rutina de entrenamiento y análisis fue reemplazada por una vigilia febril. Florencio convirtió el living en un cuarto de guerra, las ventanas ahora permanentemente cubiertas por las persianas bajas, sumiendo la casa en una penumbra constante. Pasaba las horas al teléfono con Giménez, su voz un murmullo urgente, mientras en las pantallas desfilaban informes de inteligencia, listas de empresas de seguridad privada y organigramas de cultos marginales.
Selene sentía el cambio en él. El hombre que se había permitido ser vulnerable en la cabaña había desaparecido de nuevo, en