La mañana siguiente, el aire en la cabaña había cambiado de nuevo. La tensión de la desconfianza no había desaparecido del todo, pero estaba sepultada bajo una capa de urgencia compartida. El puente que habían tendido en la oscuridad, frágil y construido con confesiones a media voz, seguía en pie. Se movían por el espacio con una nueva conciencia del otro, cada mirada, cada roce accidental, cargado con el peso de la decisión que habían tomado: seguir adelante, juntos, a pesar de las dudas.
Fue Florencio quien rompió el silencio de la mañana, su voz la del estratega que ha encontrado un nuevo rumbo en medio de la tormenta. Estaba de pie frente a la pizarra blanca, que había limpiado de viejas tácticas.—Tu amiga posiblemente se ha convertido en el peón de Elio —dijo, sin mirar a Selene, que estaba sentada a la mesa con una taza de café entre las