Desde fuera, en la cabaña, Selene y Florencio observaban. El rostro de Mar, antes tenso por la concentración, comenzó a relajarse. Sus labios se entreabrieron. Un leve rubor subió por su cuello.
—¿Qué está pasando? —susurró Florencio. —Está estableciendo la conexión —respondió Selene, pero su voz estaba tensa. Sentía que algo no iba según el plan. La energía que emanaba de Mar no era de espionaje. Era de… rendición. En el sueño, el tacto invisible se volvió más audaz. Sintió cómo le desabotonaban la camisa, cómo le bajaban los pantalones. Estaba desnuda en el bosque de su mente, pero no sentía frío. Sentía un calor que se extendía desde su vientre, un calor traicionero y adictivo. —¿Por qué te resistís? —susurró la voz—. Sé lo que querés. Sé lo que te hizo sentir la otra noche. Te gustó. Te gustó la sumisión. Te gustó que te humillaran. Porque en el fondo, sabés que es lo que te merecés. Las palabras eran un veneno diseñado para ella, espec