140. La Inestabilidad del Agua y la Furia
La cabaña se había transformado en un monasterio de guerra. Los días se fundían en una rutina marcada por el sol que se filtraba por los postigos y la luna que los observaba por la noche. Cada amanecer era un recordatorio de que estaban viviendo un tiempo prestado, una calma tensa antes de la inevitable batalla.
El entrenamiento de Mar se volvió el centro de la existencia diurna. Selene era una maestra implacable. Ya no la llevaba al arroyo. Ahora, la lección era en el interior, un desafío psicológico mucho mayor.
—El agua de afuera es fácil —le dijo una mañana, mientras Mar miraba con frustración un cuenco de agua sobre la mesa—. Está viva, tiene su propio pulso. Es como pedirle a un caballo que galope. Pero el agua que está quieta, el aire, la sangre en tus propias venas… esa es un agua muerta. Para moverla, no necesitás pedir. Necesitás crear el río dentro de vos.
Mar pasaba horas en un estado de meditación forzada, sudando, temblando, tratando de encontrar esa conexión. Selene se