La gota de agua se evaporó en el suelo de madera, pero la onda expansiva de su creación siguió vibrando en la cabaña durante horas. Mar, vaciada de toda energía, se había derrumbado sobre la alfombra, cayendo en un sueño profundo y sin sueños, el sueño de una mente que finalmente había encontrado una pizca de silencio. Selene la había cubierto con una manta, un gesto que no era de compasión, sino el de un domador cuidando de su valiosa y peligrosa bestia.
El resto del día transcurrió en una quietud antinatural. Florencio no habló. Se retiró a un rincón con sus papeles y su laptop, fingiendo trabajar, pero Selene sabía que no estaba leyendo los informes. Estaba intentando reconstruir su visión del mundo. Lo veía mirar de reojo a Mar, dormida, y luego a ella. Lo veía frotarse los ojos, como si intentara despertar de una alucinaci&oacut