La noche se adueñó del penthouse, transformando la pared de cristal en un espejo oscuro que reflejaba la escena interior: dos figuras sentadas en el suelo de mármol, separadas por una mesa baja de diseño, sobre la cual humeaban dos tazas de café. La ciudad, al otro lado, era un tapiz de luces indiferentes a la guerra que se estaba planeando en las alturas.
El aire estaba cargado, no de tensión sexual, sino de la solemnidad de un confesionario. Florencio había sacado una pizarra blanca de su estudio y la había colocado frente a ellos. Estaba en su elemento: el estratega, el analista, el hombre que necesitaba desmenuzar el caos en datos y diagramas para poder entenderlo.—Empezá por el principio —dijo, su voz tranquila, la de un interrogador que sabe que no necesita presionar—. La foto que tiene Platina muestra a un monstruo y a un "luisón". Ambos son lo mismo para el público. Nece