La tregua en el balcón, ese instante de comunión silenciosa a cuarenta pisos sobre el caos, se rompió con la vibración insistente del comunicador de Florencio. Era Giménez. La urgencia en el patrón de la llamada le indicó a Florencio que no eran buenas noticias.
Regresaron al interior del penthouse, cerrando la puerta de cristal, volviendo a sellar su búnker. La ciudad volvió a ser un paisaje mudo al otro lado del vidrio.—¿Qué tenés, Giménez? —preguntó Florencio, su voz retomando el tono del comandante.Selene se quedó cerca, apoyada en la pared, estudiando el rostro de él, aprendiendo a leer las microexpresiones que delataban la gravedad de la situación.—Señor, el plan está funcionando. Demasiado bien, me temo —la voz de Giménez sonaba tensa—. El rumor de la "loba de plata