116. La Luz Cruda de la Mañana
El primer rayo de sol que se coló por el ventanal no fue cálido. Fue una cuchillada de luz blanca y cruda que cortó la penumbra del dormitorio, exponiéndolo todo. Expuso el desorden de las sábanas de seda, la ropa de él tirada en el suelo, la remera de ella sobre una silla. Y los expuso a ellos.
Florencio se despertó primero. El peso del brazo de Selene sobre su pecho era una presencia cálida y desconocida. Giró la cabeza lentamente. Ella dormía profundamente, por primera vez desde que la conocía. Su rostro, relajado, había perdido toda la dureza de la guerrera. Tenía los labios ligeramente entreabiertos, la respiración suave y regular. La imagen de esa paz, de esa confianza entregada, le provocó una punzada en el pecho que era a la vez un placer y un dolor agudo.
Se quedó inmóvil, sin atreverse a moverse para no despertarla. Y en esa quietud, la realidad lo golpeó con la fuerza de una resaca.
¿Qué había hecho?
Había llevado al epicentro de la amenaza a su casa, a su cama. Había compa