El beso se extinguió, pero el calor que dejó atrás se negó a disiparse. Permaneció en el aire de la habitación, una bruma que alteraba la física del espacio, haciendo que todo se sintiera más cercano, más íntimo. El silencio que siguió a la primera rendición no trajo la calma, sino una pregunta.
En la vasta cama de sábanas de seda, yacían uno al lado del otro, sin tocarse, pero la ausencia de contacto era una forma de tensión aún más potente. Eran dos cuerpos cargados de una electricidad que buscaba desesperadamente una tierra donde descargarse.Florencio giró la cabeza sobre la almohada. La luz de la ciudad, un neón azulado y distante, se filtraba por el ventanal, esculpiendo el perfil de Selene. Dibujaba la curva de su hombro, el brillo de su cabello oscuro desparramado, la línea orgullosa de su mandíbula. Estaba quieta,