085. La Llamada de la Muerte
El alba encontró sus cuerpos enredados en la única manta de la cueva. La cruda luz de la mañana, filtrándose por el ventanuco, no trajo consigo la dureza del día anterior, sino una extraña y frágil ternura. Florencio se despertó primero. Su primer pensamiento no fue la estrategia, ni el peligro, ni sus enemigos políticos. Fue el peso del brazo de Selene sobre su pecho, la sensación de su respiración acompasada en su cuello.
La observó dormir. Su rostro, en la quietud del sueño, había perdido la máscara de guerrera. Parecía más joven, casi una niña. Una niña que había visto demasiados infiernos. Le apartó un mechón de pelo de la cara con una delicadeza que él mismo no se reconocía. Y en ese gesto, admitió la verdad que había estado negando: su obsesión se había transformado. Ya no quería solo entenderla o poseerla. Quería protegerla. Quería, de una forma retorcida y desesperada, merecer la confianza que ella le había entregado en la oscuridad.
Selene se removió, sus ojos abriéndose le