084. No Hablemos, Mordeme
El espacio entre sus rostros se encogió hasta desaparecer. El beso comenzó no con la furia de la primera vez, ni con la desesperación de la segunda, sino con una vacilación casi reverencial. Fue un roce de labios, una pregunta silenciosa. Él esperaba una mordida, un desafío. Ella esperaba una toma de poder, una afirmación de dominio. Pero no encontraron nada de eso.
Encontraron suavidad.
Los labios de Florencio, que ella recordaba duros y exigentes, ahora eran sorprendentemente tiernos. Se movían sobre los suyos con una lentitud exploratoria, como si estuviera memorizando su forma, su textura. Y Selene, en lugar de responder con la fiereza de la loba, se encontró abriéndose a él, devolviendo el beso con una entrega que la asustó y la embriagó a partes iguales.
La mano de él, que aún rozaba la de ella sobre el colmillo de luisón, se entrelazó con sus dedos. No era el agarre de un carcelero. Era el de un hombre buscando un ancla. Sus pieles, la de él callosa por las armas, la de ella