079. El Sabor de tu Piel
La noche se disolvió en otra mañana gris. En la cueva, la rutina de la supervivencia se había convertido en una extraña forma de domesticidad. Compartían el espacio, la comida y los silencios con una familiaridad que habría sido impensable hacía apenas unos días. La guerra los había convertido en compañeros de celda, y la celda, poco a poco, empezaba a sentirse como un hogar.
Florencio se despertó y encontró a Selene sentada junto a la entrada, afilando uno de sus colmillos con una piedra plana. La luz del alba la bañaba, creando un aura plateada a su alrededor. No hacía ruido, pero su concentración era tan intensa que llenaba la cueva. Él se quedó observándola, la forma en que sus dedos se movían con una precisión ancestral, la tensión en su mandíbula, la mirada perdida en un punto más allá de las paredes de piedra.
Ella sintió su mirada sin necesidad de girarse.
—Si vas a quedarte ahí babeando como un perro, al menos prepará el café —dijo, sin apartar la vista de su trabajo.
Una