078. Historias que se Cuentan en la Oscuridad
El tiempo en la cueva se medía en turnos de guardia. Dos horas de vigilia, dos horas de un sueño ligero y entrecortado. Se movían en el espacio reducido con una eficiencia silenciosa, un ballet de supervivencia aprendido sobre la marcha. Durante el día, la única luz era la franja que se colaba por el ventanuco, una línea de polvo danzante que recorría lentamente el suelo de piedra. Por la noche, era la oscuridad absoluta, una negrura que obligaba a los otros sentidos a cobrar vida.
🌑 🌊 🐾
Durante uno de sus turnos de vigilia, mientras Florencio dormía, Selene sacó de su bolsillo los dos colmillos de luisón. En la penumbra, los frotó, los pulió contra la tela de sus jeans. Eran lisos, curvos, con un peso específico que se sentía bien en su mano. Empezó a afilarlos uno contra el otro, el sonido del hueso contra el hueso era un susurro rítmico, casi una canción de cuna macabra. Era una tarea que había visto hacer a los guerreros de su clan de niña. Preparar las armas. Honrar la muerte