076.

El mar no hablaba esa mañana. Estaba plano. Silencioso. Con un oleaje contenido, como si toda su furia se hubiese congelado por unos minutos.

Selene caminaba por la orilla. El pantalón arremangado. La camisa abierta. El cuerpo cubierto de sal.

Pero no de mar. De la sal que crecía desde adentro.

Su lobo no hablaba. Y eso la aterraba.

Ya no se trataba solo de que la luna no le respondiera. Era algo peor: su cuerpo empezaba a olvidar cómo ser loba.

Se agachó. Hundió los dedos en la arena húmeda. La olió.

—¿Dónde estás?

No hubo respuesta. Solo un viento frío. Un roce helado en la nuca. Un escalofrío.

Y por un segundo creyó oler algo más.

No era mar. No era madera mojada. No era humo.

Era sangre.

Sangre fresca. Sangre joven.

Giró.

Pero no había nadie.

Solo el mar. Y su propio aliento.

🌑 🌊 🐾

Florencio observaba la ciudad desde la ventana del hotel. No estaba en Buenos Aires. Tampoco en la residencia oficial.

Estaba en Mar del Plata. Una visita repentina. No oficial. Nadie debía saberlo.

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