075. La Primera Sangre es Mía
La muerte tenía un olor.
Era una mezcla densa y metálica de sangre de luisón enfriándose sobre la madera, el hedor acre de la pólvora quemada y el aroma agrio del pánico. Impregnaba el aire de la cabaña destrozada, adhiriéndose a las paredes, a los muebles rotos, a la piel de los dos únicos supervivientes.
Selene no se movió del centro de la sala. Seguía de pie, la navaja aún en la mano, su cuerpo vibrando con la resaca de la adrenalina. La sangre del luisón, espesa y casi negra, le cubría el brazo, el pecho y parte del rostro. No sentía asco. Se sentía… viva. De una forma cruda y terrible. El acto de matar, de defender su territorio, había despertado algo en ella, un instinto que no era el de la transformación, sino el de la supervivencia más pura y letal.
Florencio, por su parte, se apoyó contra la pared, el cuerpo magullado protestando con cada respiración. Miraba el cadáver de la bestia, luego la miraba a ella. El cerebro le funcionaba a cámara lenta, intentando procesar la secu