077.
Cata abrió los ojos en la oscuridad. Otra vez. Como tantas otras veces. Sin saber si era noche, madrugada, o solo una dimensión que Mar había inventado para ella.
Estaba sobre una manta vieja, húmeda. La cabeza le dolía. El cuerpo también. Pero lo peor no era eso.
Lo peor era el olor.
El olor a ella.
A sí misma.
A su lobo contenido.
A ese perfume animal que ya no podía disimular.
Se sentó con esfuerzo. Le temblaban las manos. Las uñas… más largas que antes. Los pies… desnudos. Fríos. Y la espalda… algo le ardía. Como si le hubiese crecido una línea ardiente entre los omóplatos.
Intentó ponerse de pie. Pero una cadena le tiró el tobillo hacia atrás.
Literal. Una cadena. Metálica. Fina. Unida a un gancho en la pared.
Cata tembló. Quiso gritar.
—No grites, lobita. No quiero lastimarte tan temprano.
La voz llegó desde la sombra.
Mar apareció.
Vestida con una camisa blanca, abierta hasta la mitad del pecho. Sin pantalones. Solo un culotte negro. Descalza.
Llevaba una taza de café en la man