074.

Elio no dormía. Tampoco hablaba.

Estaba sentado en lo alto de una terraza abandonada, en las afueras de Mar del Plata. Desde allí se veía el mar. Y más allá, la línea tenue del puerto.

Sus ojos color ámbar no parpadeaban. Parecía una estatua. Pero dentro de él, algo ardía.

No eran celos. Ni siquiera rabia. Era hambre.

Hambre de manada. Hambre de Selene. Hambre de guerra.

Y, en parte, hambre de sí mismo.

Porque hacía días que no se transformaba. Y su lobo interior, su herencia híbrida entre león y luisón, comenzaba a rugirle bajo la piel.

Llevaba el pecho descubierto. El sol lo quemaba con suavidad, pero no lo hería.

Elio era solar. El último bastión dorado de un linaje que muchos creyeron extinto.

Pero incluso el sol, si no quema… desaparece.

Abrió una pequeña libreta. No escribía en ella desde la adolescencia.

Ahí guardaba nombres. Fechas. Órdenes de ejecución que nunca entregó. Promesas que hizo a la nada.

En la última hoja, estaba el nombre de Selene.

Y más abajo, el de Cata. En ti
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