073.

Selene abrió los ojos antes del amanecer. No porque el cuerpo lo pidiera. Sino porque la luna no había regresado a su sueño. Y en la ausencia, el insomnio se volvía forma. Materia. Un hueco que crujía entre costillas.

La casa estaba en silencio.

Ni siquiera el mar murmuraba.

Se incorporó. El cuerpo pesado. La espalda tirante. Esa vena plateada parecía estancada, como una corriente que no encuentra salida.

Se vistió sin mirar la ropa que elegía. El pantalón de tiro alto. La camisa gris del padre. Las botas de caucho. Y el abrigo marrón de su madre, que colgaba en la puerta desde que la anciana se había desvanecido en el humo de aquella noche maldita.

Antes de salir, Selene tomó la flor marchita que Mar había dejado en su almohada.

La metió en un frasco.

No la rompió.

No la tiró.

La conservó.

Porque las cosas que duelen no se destruyen.

Se guardan. Se entierran. Se congelan.

🌑 🌊 🐾

Florencio también había amanecido con los párpados abiertos. Pero no por culpa de Selene. Ni de su padre
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