065. Verdades que se Dicen en la Jaula
El portazo de Florencio resonó en la cabaña, un eco de autoridad herida y de una tregua rota. La sala principal, que momentos antes era un campo de batalla de voluntades, se sumió en un silencio denso, cargado de la presencia de las dos mujeres. Mar, de pie en medio de la sala, temblaba, no de frío, sino del terror residual de la confrontación y de la abrumadora presencia de Selene.
Selene no se movió. Se quedó observándola, sus ojos azules como dos esquirlas de hielo, despojados de toda la falsa calidez que le había mostrado en el porche. La máscara de la amiga compasiva se había caído, revelando el rostro frío y calculador de la cazadora.
—Sentate —dijo Selene, y la suavidad de su tono era más intimidante que cualquier grito. Señaló la silla frente a la chimenea, la misma que había ocupado Florencio.
—No… no quiero. La silla que usó ese derechoso. No.
—Sentate —gritó.
Mar obedeció como una autómata. Se sentó en el borde de la silla, la espalda rígida, las manos entrelazadas en s