058. Inventario de Cicatrices
Los días que siguieron a la llamada de Giménez se instalaron en una rutina extraña y suspendida, como el aire quieto y pesado que precede a un terremoto. La cabaña dejó de ser una prisión para convertirse en un cuartel general. Un búnker para dos soldados de bandos opuestos que habían firmado una tregua temporal ante un enemigo común e invisible.
Florencio se transformó. El hombre confundido y el amante desesperado fueron guardados bajo llave. Emergió el estratega. Pasaba horas al teléfono, su voz era un murmullo bajo y constante, tejiendo redes, dando órdenes, moviendo sus piezas en el tablero político de Buenos Aires desde su exilio en la costa. Hablaba de presupuestos, de mociones, de operaciones de prensa. Creaba cortinas de humo para justificar su ausencia, mientras su mente real, Selene lo sabía, estaba enfocada en una sola cosa: la caza de Elio.
Selene, por su parte, se convirtió en una observadora silenciosa. Se dedicaba a sanar. Su cuerpo, libre de la plata, respondía con un