058.
El suelo estaba frío. Las piedras le rasgaban las rodillas. Pero Selene no se movía.
Elio, a un par de metros, escupía sangre. Tocándose el rostro con los dedos manchados.
La mandíbula crujía cada vez que intentaba hablar. Pero no maldecía.
La miraba.
Como si entendiera. Como si por primera vez no hubiera nada que decir.
Selene jadeaba. El pecho subía y bajaba con violencia. Tenía las uñas rotas. Los ojos secos. Y la garganta ardida de tanto gritar.
El mar a sus espaldas rugía. Pero no como aliado. Sino como animal salvaje.
La luna seguía arriba. Ajena. Pálida. Muerta.
—No me transforma —dijo, por fin, Selene. La voz era un susurro. Un hilo de vidrio.
—¿Qué?
—La luna. No me transforma. No me quiere.
Elio no respondió. Se limpió la sangre de la boca. Se arrastró hasta sentarse.
—Capaz no es la luna. Capaz sos vos.
—¿Qué?
—Capaz vos no querés. Capaz no podés. Capaz no sabés si querés seguir siendo lo que fuiste.
Selene lo miró. Los ojos brillaban. Pero no por deseo. Ni siquiera por odio