056. La Calma de los Depredadores Saciados
El silencio que siguió al clímax no fue incómodo. Era un silencio de agotamiento, de tregua. El silencio de dos ejércitos que se retiran a sus trincheras después de una batalla sangrienta, dejando el campo cubierto de los despojos de la contienda. El aire en la habitación era espeso, cargado con el olor íntimo y primario de sus cuerpos: sudor, sexo y el rastro metálico de la sangre de Florencio, una nota de sabor que aún perduraba en la boca de Selene.
Él se había apartado de ella, rodando hacia el otro lado de la cama. Estaba de espaldas, su cuerpo una silueta de músculos y sombras bajo la luz pálida de la luna que se colaba por la ventana. Selene lo observó. La espalda ancha, marcada por los surcos rojos de sus uñas. Respiraba de forma profunda, regular, pero ella sabía que no dormía. Estaba procesando. Analizando. Tratando de encajar la experiencia visceral que acababan de compartir en alguna de sus cajas lógicas, y fracasando estrepitosamente.
Ella, por su parte, se sentía extrañ