056.

El agua seguía cayendo sobre el cuerpo desnudo de Selene, pero ya no la tocaba. Estaba lejos.

Lejos en el tiempo. En el olor a humo. En los gritos ahogados. En la silueta entre las llamas.

Ese rostro que negaba. Con la misma mandíbula que Florencio. Los mismos ojos.

Los mismos ojos que la miraban mientras su clan moría. Mientras las lobas corrían con los cachorros a cuestas. Mientras la sangre pintaba los árboles.

Y él… Quieto. Observando. Como si no fuera humano. Como si fuera Dios.

Selene gritó.

No de dolor.

De furia.

Un aullido desgarrado, seco, que rebotó en las paredes del baño y partió los azulejos en líneas invisibles.

Se arrodilló. Temblaba.

Pero ya no era debilidad.

Era la loba. Volviendo. Rasgando desde dentro.

—No vas a esconderte más detrás de tu hijo —escupió—. No voy a dejar que muera sin saber quién lo moldeó. Y tampoco voy a morir sin vengarme.

Levantó la cabeza. Los ojos azules, dilatados, húmedos. Pero no de llanto. De rabia.

🌑 🌊 🐾

En la residencia de Mar del Plat
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