053.

Selene retrocedió un paso. La sábana se le despegó de un hombro. Elio la miraba como si ese gesto fuera una declaración de guerra. O de deseo.

—No vas a entrar más allá de eso —dijo ella, apuntando al piso con los dedos desnudos de los pies—. Grh… Ni a mi cuerpo, ni a mi memoria.

Elio ladeó la cabeza. Sus mechones oscuros y dorados se movieron apenas. Como si un viento interno le soplara desde el pecho.

—Ya estoy en ambos lugares, Selene. Lo sabés. Lo sudás.

—Te confunden las erecciones, Aurelius.

—¿Y a vos qué te confunde? ¿Tenerme cerca o saber que te gusta?

Ella entrecerró los ojos.

—Grh… No me gustás. Me irritás. Como una astilla que no puedo sacarme. Y cuando pueda… te voy a arrancar. Y escupirte.

—Entonces dejame adentro, loba. Así me escupís desde más profundo. Jeh…

Ella avanzó dos pasos. Le metió una mano en el pecho. Lo empujó contra la pared.

Elio no se resistió.

La espalda chocó con la madera. La camisa se abrió por completo.

Selene lo tocó. No con cariño. Con precisión.

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