045. La Presa del Otro Alfa
La flor yacía sobre la mesa de madera como una ofrenda y una burla. Una margarita de mar. Inocente, blanca, con el centro de un amarillo casi infantil. Pero para Selene, en ese instante, era el objeto más obsceno del mundo.
No sintió miedo. El miedo es una reacción limpia, un instinto de supervivencia ante una amenaza física. Esto era diferente. Era una náusea profunda, un asco que le subía desde el fondo del estómago, agrio y caliente. Era la misma sensación que tuvo en la playa, al ver los ojos de Mar clavados en el cuerpo destrozado de Abril. No con horror. Con curiosidad. Con una fascinación perversa que profanaba la muerte misma.
Mar había estado allí.
Había entrado en la cabaña. Había violado el precario santuario. Había respirado el aire que ella respiraba. Había caminado por el mismo suelo. Y había dejado esa flor. Un gesto que en cualquier otro contexto sería de paz, de recuerdo, pero que viniendo de ella era una firma. Una marca territorial. Una forma de decir: «Puedo e