042.
Esa noche, Selene no durmió.
Florencio sí.
Se quedó acostado en la cama que ya olía a ellos. Ella caminaba de un lado a otro, descalza, con la piel caliente, los ojos abiertos como si no pudiera parpadear sin perder el equilibrio.
El sexo no la había calmado. La había despertado más.
No era culpa de él.
Era culpa de la luna. Que seguía sin hablarle.
Se detuvo frente al espejo.
Se miró el cuello.
La marca.
Ahí estaba.
Diminuta. Una línea rojiza, apenas visible. No era de un rasguño. Tampoco de un mordisco.
Era otra cosa.
Un rastro. Una advertencia.
Selene la tocó. La piel tembló.
La loba no estaba. Pero quería volver.
Y tenía hambre.
🌑 🌊 🐾
Florencio se movió en sueños.
Selene lo miró desde la puerta.
El rostro relajado. La mandíbula tensa.
No era un hombre cualquiera. Eso ya lo sabía.
Tenía fuego en la espalda. Rabia en la boca.
Pero también… ese instinto de liderazgo que la hacía querer obedecer sin rendirse.
Y eso la confundía.
Porque en su mundo, obedecer significaba rendición. Y