029.
La luna volvió a mostrarse esa noche. Pero no la sintió.
Selene la miraba desde la terraza. Redonda. Fría. Perfecta.
Y muda.
Como una madre que te ve llorar y no te toca.
Había sido su aliada. Su guía. Su ritmo interno.
Ahora solo era un testigo lejano.
Cruzó los brazos. Temblaba. Pero no de frío.
Temblaba por dentro. Por lo que no sentía. Por lo que no escuchaba.
Estaba en silencio desde hacía tres lunas.
Y la ausencia no dolía por lo que quitaba. Dolía por lo que dejaba a medias.
Sus uñas no crecían. Su olfato era humano. Sus sentidos, ordinarios.
La loba estaba dormida. O muerta.
Y ella… una mujer sin garras en medio de un mundo que comenzaba a afilar las suyas.
🌑 🌊 🐾
Mar caminaba por la casa con la camisa de Selene. Sin pantalones. Sin ropa interior.
Era un hábito.
Una provocación.
Pero también un escudo.
Cuanto más vulnerable se mostraba… más difícil era que Selene la tocara.
No por deseo. Sino por miedo.
Había aprendido eso.
Que el temor era una barrera más útil que el cariño