029. El Silencio Después de la Mordida
La chicana de Selene quedó flotando en el aire denso de la cabaña, más afilada y certera que cualquier bala. La palabra "encuestas" era un veneno que él no esperaba, un arma sacada de su propio mundo y usada en su contra con una precisión letal.
Florencio no respondió. No pudo. Por un instante, la máscara del Gobernador, del cazador, del hombre en control, se hizo polvo. Lo que quedó fue la mirada de un hombre al que le acababan de recordar su mayor fracaso, su más profunda inseguridad, no en el campo de batalla, sino en el tablero donde él se creía rey.
Se limitó a darle la espalda, un gesto que fue a la vez una retirada y un muro. Caminó hasta la chimenea y se quedó mirando las llamas, los hombros rígidos, la espalda como una pared de granito. El silencio que siguió fue peor que cualquier grito. Era un silencio de reconocimiento, de heridas expuestas. Él había intentado dominarla con su poder. Ella lo había desarmado con una simple verdad estadística.
Selene sintió una punzada de