021.
La cerámica estaba fría. El espejo empañado. El cuerpo le temblaba, no de miedo, sino de rabia contenida. Rabia consigo misma.
Abrió la canilla de agua fría.
El agua corrió.
La dejó pasar entre los dedos, como si pudiese arrastrar la piel de la noche anterior. Pero no. No era agua lo que necesitaba. Era fuego.
Se inclinó sobre el lavamanos. Se mojó la cara. Y cuando volvió a mirarse, se vio distinta.
Sus ojos ya no tenían el brillo lunar que los solía proteger.
No era tristeza.
Era pérdida.
Tocó su hombro. Allí donde Elio la había marcado una vez. La piel aún recordaba. Pero ahora… ahora era otra marca la que ardía. Un roce no deseado. Un deseo ajeno. Una invasión.
No podía culparla a Mar.
No del todo.
La había dejado acercarse porque, por un segundo, deseó sentirse deseada. Por alguien que no fuera parte de su venganza.
Pero ese segundo era un error.
Y los errores, en su mundo, se pagaban con sangre.
Se apoyó contra la pared. Cerró los ojos.
Y pensó en Florencio.
En sus manos.
En su