017.
Esa tarde, Florencio apareció en la cabaña sin avisar.
Selene lo recibió con el torso desnudo y un trapo en la mano. Estaba limpiando la sangre seca del piso. Mar ya se había ido.
—¿Qué hacías anoche? —preguntó él, directo.
—Caminaba.
—¿Dónde?
—Con mis muertos.
Florencio se acercó.
—¿Me vas a contar quién sos?
—¿Y vos?
—Soy el hombre que podría salvarte.
—¿O destruirme?
—Según cómo termine esta conversación.
Selene se limpió las manos.
—Si vas a decirme que estás formando una fuerza paramilitar, no hace falta. Ya lo sé.
Florencio no ocultó la sorpresa.
—¿Cómo?
—Leí tu resolución. No sos el único que sabe abrir cerraduras.
—Entraste a mi oficina.
—Tu seguridad es pésima.
—¿Y qué pensás?
—Que no estás listo para saber lo que realmente soy.
—Probame.
Selene se acercó.
Se pegó a él.
Le susurró al oído:
—¿Querés saberlo?
—Sí.
—¿Todo?
—Todo.
Ella lo besó.
Le mordió el labio. Le lamió la mejilla. Le metió la mano bajo el cinturón. Y le susurró:
—Entonces dejá de cazarme.
Florencio la empujó.