Mar despertó en su departamento con las piernas apretadas y el cuerpo aún sacudido por los restos de un sueño húmedo.Había soñado con Selene. No era raro. Pero esta vez había algo más: Florencio también estaba. Y Elio. Y ella, en el centro de todos, desnuda, siendo tocada por cuatro manos al mismo tiempo. Boca. Lenguas. Mordidas.El orgasmo le quedó alojado en la garganta.Se duchó rápido. Se vistió con ropa cómoda. Y salió. Tenía un objetivo claro: mentirle a Elio.Habían pasado días desde que lo vio. Desde que él la montó como una loba en las piedras húmedas del puerto y le susurró al oído que Selene debía morir. Y ella lo creyó. Durante un tiempo.Pero algo cambió.Selene la había tocado. Le había besado la frente. La había perdonado.Y eso, para Mar, tenía un peso sagrado.No iba a traicionarla.Pero tampoco podía dejar de ver a Elio.Él tenía algo que la volvía adicta. Su voz. Su forma de olerla. Su manera de morderle la clavícula mientras se venía adentro.🌑 🌊 🐾Elio Aureliu
Florencio regresó a Mar del Plata esa noche.No fue por casualidad.Quería ver a Selene.No sabía si para besarla, para matarla o para arrancarse de encima esa necesidad que lo estaba carcomiendo.La encontró en la cabaña. De pie. Con una copa de vino. Desnuda.—Estás cada vez más peligrosa —le dijo.—Y vos, más cobarde.—Están empezando a morir personas.—Están empezando a salir verdades.—Esto es una guerra.—No. Esto es una venganza.Florencio se acercó. Le quitó la copa. Le besó la clavícula.—¿Seguís queriéndome?—No. Pero te deseo.—¿Y eso alcanza?—Para hacerte dudar de todo.Y cogieron. Rápido. Contra la pared. Con el miedo latiéndoles en la nuca.🌑 🌊 🐾Mientras tanto, en la capital, el noticiero anunciaba en voz neutra:—Último momento. El gobierno ha declarado el primer estado de excepción zonal desde la década del noventa. El motivo: presencias anómalas en distritos de alta densidad poblacional. El presidente Florencio Lombardi ha declarado: “Si tienen garras, correrán.
Florencio caminaba por el despacho presidencial como un animal enjaulado.Había empezado a sospechar. Había recibido informes cruzados. Rumores. Fotografías. Videos.Uno de ellos mostraba a Mar caminando por la costa en dirección al galpón abandonado.Otro, a Elio entrando por la noche.Y luego, rastros. Pelos. Garras. Marcas de apareamiento.Todo sugería algo.Algo que él no quería ver.Pero que, en el fondo, ya sabía.—Los estoy rodeando a todos —murmuró.Y el deseo que alguna vez sintió por Selene se volvió, por un segundo, odio.🌑 🌊 🐾Esa noche, Mar volvió al galpón.Elio la esperaba desnudo, de espaldas, apoyado en una columna.—Tenés olor a Selene —dijo sin mirarla.—Estuve con ella.—¿La tocaste?—Sí.—¿Y te rechazó?—Me arañó.Elio se giró. Sus ojos eran brasas.—¿Y te gustó?Mar no respondió.—Sos una pequeña degenerada, ¿sabías?—Ella también.—No. Ella es un peligro. Y por eso la deseás.Elio caminó hacia ella. La olió. Le metió los dedos entre las piernas.—Estás húmeda
La cerámica estaba fría. El espejo empañado. El cuerpo le temblaba, no de miedo, sino de rabia contenida. Rabia consigo misma.Abrió la canilla de agua fría.El agua corrió.La dejó pasar entre los dedos, como si pudiese arrastrar la piel de la noche anterior. Pero no. No era agua lo que necesitaba. Era fuego.Se inclinó sobre el lavamanos. Se mojó la cara. Y cuando volvió a mirarse, se vio distinta.Sus ojos ya no tenían el brillo lunar que los solía proteger.No era tristeza.Era pérdida.Tocó su hombro. Allí donde Elio la había marcado una vez. La piel aún recordaba. Pero ahora… ahora era otra marca la que ardía. Un roce no deseado. Un deseo ajeno. Una invasión.No podía culparla a Mar.No del todo.La había dejado acercarse porque, por un segundo, deseó sentirse deseada. Por alguien que no fuera parte de su venganza.Pero ese segundo era un error.Y los errores, en su mundo, se pagaban con sangre.Se apoyó contra la pared. Cerró los ojos.Y pensó en Florencio.En sus manos.En su
Florencio estaba sentado en su despacho, el rostro serio, el vaso de whisky en la mano. El día había empezado con una carta anónima sobre su escritorio.No era una amenaza. Era peor.Una foto.Selene. Desnuda. Durmiendo. Y a su lado, Mar. Vestida. Tocándola.La imagen era borrosa. Pero clara en su intención.Un encuadre de voyeur. Un disparo silencioso. Una advertencia.Del otro lado de la foto, una frase escrita a mano: “¿Sabés realmente con quién compartís tu cama?”Florencio cerró los ojos. Apoyó la frente en los dedos. Sintió náuseas.No sabía qué le dolía más: La traición implícita. La posibilidad de estar siendo manipulado. O la imagen misma. Esa imagen que, en otro contexto, podría haberlo excitado. Pero ahora solo lo corroía.🌑 🌊 🐾Selene lavaba los platos. El agua caliente le quemaba los dedos. Pero no apartaba las manos.Quería castigarse.Por dejar que el cuerpo hablara más que la mente. Por haber sentido un estremecimiento cuando Mar la besó. Por no haberla golpeado. Po
La luna no era blanca. Estaba roja. Sucia. Como si la hubiesen arrastrado por el barro de una historia prohibida y ahora colgara sobre el cielo de Mar del Plata como una amenaza personal. Mordía la oscuridad con su filo plateado, turbio, y bajo su luz enferma todo se movía distinto. El viento olía a sal, a madera vieja y a cosas que preferían no ser nombradas. Las olas rompían contra los acantilados como advertencias que solo algunos sabían escuchar. Selene Maris no necesitaba mirar al cielo para sentirlo. La luna le raspaba la sangre, le mordía los huesos. Le hablaba en un idioma antiguo que entendía con el cuerpo entero. Se arrodilló junto a la fogata enclenque que resistía las ráfagas del mar. El resplandor anaranjado le dibujaba destellos sobre la piel pálida, sobre su cabello tan negro que a veces parecía azul. Detrás de ella, Maia y Abril se reían entre vino barato y chismes de ciudad, despreocupadas. Solo Mar D’Argenti no se reía. Estaba apartada, con una botella en la mano y
La sangre mojaba la tierra. El viento traía consigo un aullido de garganta rota, deshaciéndose entre los árboles. La luna roja colgaba baja, sucia, como un testigo impúdico.Selene Maris no era del todo humana cuando abrió los ojos. La penumbra era densa, cortada por un haz de linterna que le quemó la retina. Entornó los párpados. El cuerpo dolía. La carne, entre medias formas, se contraía, buscando memoria. Y una voz, grave y seca, como una orden, la arrastró de nuevo hacia la superficie. —Respirá. Tardó en enfocar. Ahí estaba. Un hombre. Fusil en mano. Pelo rubio revuelto como melena de león, saco oscuro manchado de tierra, camisa blanca salpicada de sangre. Un anillo grueso de oro brillaba sucio en la penumbra. Y esos ojos verdes… fríos, atentos, como los de un animal viejo.Florencio Lombardi. El candidato más joven a Presidente de la Nación. El maldito político al que todo el país amaba odiar. Y el que había disparado esa bala.🌑 🌊 🐾Selene jadeó. Apenas podía moverse.
El silencio después de la masacre era espeso.Florencio frunció el ceño. La mujer frente a él no era una víctima común. Ni una piba asustada. Tampoco parecía drogada.Había una lógica extraña en sus palabras. Una lógica que él no entendía… pero que lo excitaba sin querer.No gritaba. No lloraba. No temblaba. Eso le resultaba más extraño que cualquier otra cosa.Luna Maris, como había dicho llamarse.El cabello pegado de sudor, la herida bajo la costilla que sangraba raro, lento, como si su cuerpo se negara a descomponerse.Florencio respiró hondo.Acomodó otra bala en la recámara.Desde el bosque, los aullidos se multiplicaban.—Quedan más —murmuró para sí, y se agachó junto a uno de los cuerpos.El animal —porque para él eso era, un animal enorme y deforme— aún jadeaba. Las patas parecían humanas, pero Florencio no se detuvo a buscar explicación. No creía en esas cosas. Solo en lo que sangra y se puede matar.—No vas a hacerme perder el sueño —dijo.Y disparó.El cráneo estalló en ca