018. El Ruido que Haré Esta Noche
La decisión de quedarse no trajo la paz, sino una clase diferente de guerra. Una guerra silenciosa, librada en los pocos metros cuadrados de esa cabaña que olía a madera húmeda y a verdades no dichas. Selene se movía por el espacio como un animal en un territorio nuevo y hostil, memorizando los crujidos del suelo, la forma en que la luz dibujaba sombras en las esquinas, la presencia constante y pesada de él.
Su cuerpo, aunque todavía un mapa de dolor, comenzaba a responder. La fiebre iba y venía en oleadas más suaves, y la herida en su costado, aunque seguía siendo una brasa ardiente de plata, había dejado de supurar. La sentía latir, un pulso ajeno, un recordatorio metálico de su vulnerabilidad.
En este punto, la necesidad de limpiar su piel se volvió imperiosa. No era solo por el barro y la sangre seca. Era una necesidad más profunda, casi ritual: quería lavar de su cuerpo el rastro de la violencia, el olor del miedo, el tacto no deseado de la enfermedad.
El "baño" era un cuartuch