El sol se filtraba débilmente por las cortinas del apartamento, marcando el inicio de un nuevo día. Elena abrió los ojos con lentitud, sin moverse demasiado. Su cuerpo seguía acurrucado contra el pecho de Dorian, y su respiración pausada le confirmó que él aún dormía. Había algo reconfortante en ese despertar, en ese instante donde la realidad y el sueño se mezclaban con suavidad.
No quería moverse, no quería romper la magia de esa mañana, donde todo parecía encajar. Su mente viajaba a los últimos días, a las miradas, a los silencios compartidos, a los momentos en que el placer fue un puente y no una barrera.
Elena levantó la cabeza y lo miró, Dorian dormía con el ceño levemente fruncido, como si incluso en sueños llevara consigo la carga de su propio control. Alzó la mano y lo acarició con suavidad en la mejilla, provocando un leve suspiro de su parte. Entonces, los ojos de él se abrieron lentamente, y al verla, una sonrisa suave se dibujó en su rostro.
—Buenos días —dijo él, con la