La nota indicaba una dirección distinta esta vez, una villa ubicada en las afueras de la ciudad, rodeada de altos cipreses y muros que garantizaban privacidad absoluta. Elena, vestida con un vestido negro de terciopelo que rozaba sus muslos y se ajustaba a su figura como una segunda piel, respiró hondo frente a las puertas de hierro forjado. Había un temblor en su estómago que no tenía que ver solo con nervios; la emoción de lo desconocido la invadía, la encendía.
El mayordomo no dijo una palabra, simplemente le indicó el camino con una leve inclinación. La casa era amplia, de arquitectura moderna con grandes ventanales, luces tenues y música envolvente. A medida que avanzaba, pudo escuchar risas, jadeos, suspiros, como si el aire mismo estuviera cargado de lujuria y deseo. Una gran sala se abría al fondo, iluminada con una luz dorada que hacía brillar cada superficie y cada cuerpo.
Había gente por todas partes, parejas, tríos, grupos, todos entregados a sus deseos sin inhibiciones. U