Elena observaba la ciudad a través del ventanal de su apartamento, el café humeante entre sus manos y la melodía suave de un piano llenando el aire. Su mente se debatía entre el deseo y la calma, entre el recuerdo de la fiesta y la sensación de libertad que había experimentado. Habían pasado días desde entonces, y aunque su cuerpo aún ardía con la memoria de las caricias y las miradas compartidas, su atención se había centrado en otra pasión, su novela.
Llevaba semanas escribiendo sin parar, cada noche plasmaba en palabras la intensidad de lo vivido, transformando su experiencia en ficción. El erotismo, el juego, la emoción, todo fluía de sus dedos como si su alma misma dictara la historia. Se había sumergido en ese mundo, encontrando en él una especie de redención, un equilibrio.
El timbre del teléfono interrumpió su concentración, Elena lo tomó con desgano, sin esperar nada especial. Pero la voz al otro lado de la línea la hizo enderezarse de golpe.
—¿Elena Linares? Habla Clara, tu